El improbable regreso del centro en España

Los que creímos, deseamos o vislumbramos el fin del bipartidismo en España estábamos completamente equivocados. A fecha de hoy, no hay lugar a nivel nacional para otras aventuras políticas más allá de una derecha o izquierda. En primer lugar, porque la «tercera vía» a los partidos políticos tradicionales no es ofrecida por un partido nacional diferente a PSOE o PP, sino por el taifado de partidos regionalistas, nacionalistas e independentistas que pueblan el ecosistema autonómico español. Estos pequeños partidos pueden arrebatar una cuota de poder muy importante al bipartidismo, incluso ejercer una gran influencia en ciertos temas que pueden afectar a su territorio autonómico; pero jamás podrán imponerse al bipartidismo. Y es que, una hipotética «Confederación de Partidos Nacionalistas de la Españas» podría tal vez, llegado el momento, ser fuerza mayoritaria, pero las tensiones internas (¿Quién se lleva el trozo más grande del pastel?) serían tan intensas que este partido político acabaría desgajándose poco después de su fundación.

La segunda razón por la preponderancia del bipartidismo en España es el sectarismo crónico con el que se plantea el modo de hacer política. El espacio que queda cuando se impone el «si no estás conmigo, estás contra mí», y este discurso es aceptado por todos los participantes, la pluralidad queda restringida a dos opciones: «nosotros» y «ellos». Y en ese «nosotros» acaba incluido todo lo que está en contra de «ellos». Así, en el lado del PSOE se alía desde la izquierda radical de Podemos o Sumar, hasta el fascismo etnicista de Bildu o Junts, pasando por el conservadurismo clásico y eficiente del PNV. Todo ello porque todos estos grupos están en contra del PP. Lógicamente se darán momentos históricos de disgregación del votante, que provocará una pérdida de cuota de poder al partido referente (PSOE), pero muchas otras veces este concentrará gran parte de los votos gracias al lema del «voto útil».

Es cierto que hay partidos nacionales que obtienen una representación bastante digna en sucesivas elecciones: Podemos-Sumar, UPyD, Ciudadanos, Vox… Incluso en algún momento se dieron situaciones en las que se podría haber producido uno de esos famosos «sorpassos», pero la estabilidad de las cuotas de poder de estos partidos políticos suele limitarse a una o dos legislaturas, tras lo cual, bien desaparecen, bien se convierten en partidos marginales (a pesar de que a veces obtienen gran cantidad de votos, como sucedió a UPyD en 2011, que obtuvo 5 diputados con 1.100.000 votos, frente a los 16 con 1.000.000 de CiU).

Desde la Transición se han venido a constituir diferentes partidos políticos «de centro» o «transversales», como el Partido Demócrata Popular, el Centro Democrático y Social, o los ya comentados UPyD, Ciudadanos. Tras unos breves momentos de luz, todos ellos han acabados enterrados en la sombra del olvido. Hace cuatro años escribí las razones por las que creía que ningún partido de centro podría alcanzar unas cuotas de poder importantes y muy estables:

  1. Como moderados que se supone que son, no pueden utilizar el insulto, la descalificación, la fake news contra el adversario.
  2. El centrista no agita banderas, ni identidades segregadas, sean estas autonómicas o nacionales.
  3. No existen biblias centristas que, como «El capital» de Karl Marx o «El camino de la servidumbre» de Friederich Hayek, ayudan a construir un cuerpo ideológico sobre el que los adeptos puedan sentir que sus opiniones son no-contradictorias.
  4. Están obligados a hablar y pactar con todos los partidos no extremistas, lo cual provocará reacciones adversas de uno y otro lado.
  5. En el momento en el que los centristas insultan, mienten, agitan el miedo al «otro» o prefieren pactar con extremistas que con moderados, dejan de ser de centro, y es en ese momento cuando quedan en evidencia a los ojos de los ciudadanos.

Quizás es el cuarto punto el que más afecta a los partidos de centro en España. Porque, ante el sectarismo galopante que golpea nuestras conciencias políticas desde casi el final de la Transición, el centrista deja de ser centrista en el momento en el que pacta. Porque pactar hay que pactar, pero dependiendo de quiénes sean los elegidos va a provocar un descrédito en la trinchera contraria: si se acerca al PSOE, serán tachados de comunistas y destructores de España; si, por el contrario, eligen al PP como socio, serán tildados automáticamente de ultraderechistas rancios y franquistas. Dos slóganes muestran la tendencia a este inmovilismo entre facciones: el «Que te vote Chapote» de la derecha y el «trifachito» con el que la izquierda bautizó a todo entendimiento entre PP, C’s y Vox.

La única opción que atisbo a los partidos de centro españoles es la aceptación de este destino trágico, de modo que se organicen como plataformas temporales en las que grupos de ciudadanos se junten y movilicen en pos de soluciones y medidas concretas que, con la política de bloques que paraliza la vida política española, son inviables. Por ejemplo, romper la dependencia de los grandes partidos al chantaje de los partidos nacionalistas e independentistas. O luchar por lograr un acuerdo satisfactorio para la reforma de la Educación o la Justicia. O resolver el grave problema de las jubilaciones que, tarde o temprano, explotará. El hecho de aceptar su naturaleza breve y fugaz, con la entera consciencia de que esa aventura acabará más pronto que tarde, puede eliminar algunas tensiones y trabas que los partidos políticos tradicionales sufren por la imperiosa necesidad de sobrevivir. El ruido mediático es menos ruido si el objetivo no es vencer en las siguientes elecciones, sino hacer cumplir con las propuestas con las que se concurrió en la legislatura vigente.

Empero, probablemente, el político medio español no piensa en términos de eficiencia a corto plazo, sino que busca incansablemente el modo de no sucumbir y desaparecer del mapa. Además, la financiación de las campañas electorales exige de unos créditos que los bancos solo ofrecerán si tienen garantías de que esa formación política no desaparecerá el año que viene. Por ello, en un corto plazo y, tal vez. mientras no se resuelvan los conflictos ideológicos que enfrentan a los dos bandos políticos españoles, veo improbable el regreso del centro político en España, ya sea en la figura de un partido político tradicional ya sea como plataforma ciudadana transitoria.

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