Tecnologías del permitir

Las tecnologías del deber y del poder han estado (y están) presentes a lo largo de la historia de la humanidad, con momentos de predominancia de una sobre otra. Pero, ante el dominio actual de las segundas sobre las primeras, una lectura rígida (o muy historicista) de la historia de las ideas puede llevar a la conclusión de que el devenir histórico de la humanidad supone la sustitución de las tecnologías del deber por las del poder. Según esta teoría, el final de la Historia llegaría en el momento en el que las tecnologías del poder invadan todas las áreas de existencia de una sociedad. De la misma manera, desde una posición capitalista, donde prima el aspecto económico de la sociedad, se puede valorar el hecho de la preponderancia del «poder tener» contemporáneo como un signo de evolución positiva de la especie social.

Sin embargo, probablemente, la humanidad no está predestinada a ese final de la Historia donde toda tecnología del deber sea sustituida por las del poder, y donde el «tener» acabe siendo la medida absoluta del «ser» y «hacer». Y es que, cuando a las sociedades se les observa desde la modernidad, se les atribuye cualidades absolutas, no contradictorias. Presentan una historia evolutiva bien razonada: nacen, crecen, maduran y mueren. Pero ello solo es posible desde una teoría de las ideas donde una sociedad se reduzca a una simple variable. Otras posibles aspectos de la misma que no permitan un análisis univariante o la creación de un modelo complejo y controlado, son despreciados, marginados. El trabajo del laboratorio de las ideas no es muy diferente del de un químico o físico. En un laboratorio experimental se estudia un factor aislado de los demás, bien mediante el aislamiento de este factor, bien transformando en constantes otras variables que puedan influir en el modelo experimental.  Pero en las ciencias humanas no es tan sencillo aislar la variable histórico-sociológica del ruido ambiental. Se trabaja en condiciones de alto ruido y contaminación ambiental, donde nuestra variable se ve constántemente alterada por otros factores incontrolables.

Y en entre ruido ambiental que menosprecian o incluso niegan algunos teóricos sociales se hallan otras tecnologías, diferentes a las del deber y poder, que influyen decisivamente en los mores y costumbres de una sociedad. Son las tecnologías del permitir. Las tecnologías del permitir no poseen una existencia propia, desvinculada de las tecnologías del deber y poder. Es por ello que, en un laboratorio de teoría social no puede construirse una hipotética «sociedad del permitir» pura, limpia de deber y poder.

Las tecnologías del permitir niegan el deber y poder absoluto, niegan la necesidad de deber y poder «todo». El ser social no está preparado para cumplir con los ideales del deber y poder. Si una sociedad exigiera a sus ciudadanos el riguroso y pleno cumplimiento de sus deberes y poderes, se destruiría a sí misma víctima de esa contradicción. Es por ello que toda sociedad precisa de tecnologías que permitan «no deber» y «no poder», esto es, no cumplir con todas las obediencias externas e internas. Así, la persona, aunque deba y pueda «ser», «hacer» y «tener», también se le permite no poder y no deber; violar los deberes a los que se ve sometido por el hecho de vivir en una sociedad.

Las tecnologías del permitir toleran errores que están presentes en todos los individuos de una sociedad, pero no todos los errores del deber y el poder llevan adscritos una tecnología del permitir. Esto es, «se permite no deber o no poder todo» pero «todo no se permite». Así como los vacíos de las tecnologías del deber son cubiertos por las del poder, y viceversa, existen interacciones sociales en las que no existen tecnologías del permitir. El poder y el deber se complementan; el permitir necesita de ellos dos para existir, y su área de dominio nunca alcanza el espectro que los dos juntos son capaces de abarcar.

Sin objetividad propia e independiente, y además incompleta. Ese es el sino de las tecnologías del permitir. Contradicen y destruyen la «absolutidad» e «idealidad» de las tecnologías del deber y poder, por lo que son marginadas de los estudios teóricos en los que se precisa poner en valor la esencia de estas dos tecnologías en sociedades puras del deber y poder. Pero, al mismo tiempo, cuando se abandona la teoría y se observa la práctica social, las tecnologías del permitir van a absorber las contradicciones insoslayables de las tecnologías del deber y del poder. Son la argamasa sobre la cual se edifica una sociedad, tan imperfecta, tan volátil y tan caprichosa como los miembros que la componen.

Así, en sociedades antiguas, donde se conjugaba el «debo hacer», se toleraban errores tanto de acción como de omisión; se liberaba a la persona del insoportable fardo del «deber hacer y hacerlo todo bien». En la Antigüedad el permitir era una transgresión (tolerada) al orden de la autoridad.  Por otra parte, en la Modernidad, cuando el «debo hacer» es sustituido por el «puedo ser», las tecnologías del permitir actuaban para consentir un ser defectuoso, lejos de los cánones ideales exigidos. De esta manera, a la persona se le permitía «no poder ser», por lo menos hasta que mejoraran las condiciones del ambiente (físico, conocimientos, impedimentos externos…). Aquí, el permitir, más que una transgresión, es una excusa, una coartada a la incapacidad humana. Finalmente, las tensiones que desencadenan el «poder tener» postmoderno están atenuadas por una amplia gama de alternativas de consumo, disponibles para todo ciudadano, independientemente de su nivel adquisitivo. Por ejemplo, la compra de un BMW, Audi o Mercedes podría ser, en cierta manera, un «permitir no poder tener» un Porsche o un Ferrari. Cuando no se puede «tener», el Mercado «permite no poder tener», mediante la aplicación de un «poder tener» alternativo.

Las tecnologías del permitir son, entre otras, la transgresión tolerada, las excusas y las alternativas de consumo. Estas tecnologías conviven y se alternan. Configuran un espacio de tolerancia en el que a la persona se le permite no poder, no deber; esto es, no cumplir con las obligaciones que sustenta su sociedad. Y, con ellas, la sociedad misma es capaz de absorber unas contradicciones que, solas ellas, bien podrían desequilibrarla y, finalmente, destruirla.

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